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Capitulo 68 Rayuela.

Cortazar: Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!


Romero: Apenas el le lamía el ojo, a ella se le agolpaba el paladar y caía en éxtasis, en salvajes flatulencias, en callos exasperantes. Cada vez que el le procuraba estornudar las pestañas, se enredaba en un vomito fluorescente y tenia que morderse de cara al abismo, sintiendo como poco a poco las salivas se intercambiaban, se iban machacando, apelmazando, hasta quedar tendido como el demonio de Transilvania al que se le han dejado caer unas victimas de Europa. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento ella se arranco los intestinos consintiendo que el mordiera violentamente con sus dientes, Apenas se despellejaban, algo como un liquido les salía, los fluidos y entrañas, de pronto era el corazón, los gigantes pulmones del cuerpo, el pus amarillo de las heridas, los insectos del hedor en una crapofila lujuria. ¡Cerebro! ¡Cerebro!

                                                                                                por ElÍas Romero.

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