Cortazar: Apenas él le
amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en
salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar
las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que
envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se
espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el
trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de
cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado
ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente
sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los
encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la
esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del
orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé!
¡Evohé!
Romero: Apenas el le lamía el ojo,
a ella se le agolpaba el paladar y caía en éxtasis, en salvajes flatulencias,
en callos exasperantes. Cada vez que el le procuraba estornudar las pestañas,
se enredaba en un vomito fluorescente y tenia que morderse de cara al abismo,
sintiendo como poco a poco las salivas se intercambiaban, se iban machacando,
apelmazando, hasta quedar tendido como el demonio de Transilvania al que se le
han dejado caer unas victimas de Europa. Y sin embargo era apenas el principio,
porque en un momento ella se arranco los intestinos consintiendo que el
mordiera violentamente con sus dientes, Apenas se despellejaban, algo como un
liquido les salía, los fluidos y entrañas, de pronto era el corazón, los
gigantes pulmones del cuerpo, el pus amarillo de las heridas, los insectos del
hedor en una crapofila lujuria. ¡Cerebro!
¡Cerebro!
por ElÍas Romero.
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